Gerardo Botrán Rodríguez, natural de Rubí de Bracamonte, se trasladó a Valladolid en su primera juventud, buscando nuevos horizontes y un futuro mejor. Comenzó a trabajar como albañil y muy pronto se acercó a la Casa del Pueblo, pues era de ideas socialistas y quería colaborar con su causa.

Pronto pasó a regentar el Kiosco de prensa de la Plaza de Fuente Dorada, donde se vendían todos los periódicos de izquierdas; el kiosco era muy popular, y no era extraño ver allí reunidos a grupos de personas que formaban tertulias espontáneas comentando las noticias del día.

En julio de 1936, Gerardo tenía ya una gran familia: su mujer, Julia Villaescusa y cinco niños, la mayor de once años y el menor recién nacido. Cuatro niñas y un niño, el más pequeño, al que pusieron el nombre de Gerardo, como su padre.

El sábado 18 de julio, Gerardo Botrán se acercó a la Casa del Pueblo a llevar un paquete de prensa, como solía hacer todos los sábados. Pero antes fue a comprar a su hija Fermina, de once años, un vestido. Padre e hija fueron después a la Casa del Pueblo, de la que Gerardo saldría como detenido.

La Casa del Pueblo, rodeada por hombres armados y por fuerzas derechistas, se convirtió en una trampa fatal. Los que se hallaban en su interior pasaron la noche en vela, como recordaría Fermina durante toda la vida.

En la mañana del domingo 19 salieron todos los que estaban en su interior: hombres y mujeres fueron detenidos. Muchos de ellos, entre los que se encontraba Gerardo, no volverían a ser libres.

Juzgado en la Causa 102/36, fue condenado a muerte. Los verdugos se dieron mucha prisa, de manera que el día 23 de agosto fue conducido a las cascajeras de San Isidro, donde los golpistas erigieron el paredón, y fusilado junto con otros compañeros de infortunio. Tenía 37 años.

El kiosco familiar fue quemado por completo durante la noche del 18 de julio por un grupo de falangistas. La familia de Gerardo quedó en la miseria, sin recursos ni amparo de ningún tipo. Julia, la viuda de Gerardo, no tuvo otra opción que ingresar a los cinco niños en el Hospicio para poder trabajar como asistenta.

El menor de sus hijos, Gerardo, desapareció en el Hospicio. Las monjas le dijeron a la madre que había muerto. En los años 70, las hijas de Gerardo Botrán se pusieron a investigar y descubrieron que el niño había sido entregado a una familia de otra provincia.

Las hijas de Gerardo Botrán permanecieron en el Hospicio hasta su mayoría de edad, trabajando para la institución. La madre trabajó toda su vida como asistenta y camarera.

Una familia completamente destrozada, cuyas supervivientes reivindican el nombre de su padre, exigiendo sin cesar la anulación del juicio criminal que le llevó a la muerte.