Represión franquista en La Unión de Campos
Hoy La Unión tiene un alcalde socialista que rige el municipio desde el ayuntamiento situado en la plaza José Antonio, una contradicción y una paradoja inexplicables.
Represión franquista en La Unión de Campos
La Unión de Campos es una pequeña localidad situada en pleno corazón de la Tierra de Campos. Alejada de la capital, Valladolid, por 82 kilómetros, su referente más próximo siempre fue Villalón, cabeza de partido, y también Valderas, ya en la provincia de León.
La Unión tiene un origen moderno, ya que surgió a mediados del siglo XIX, a resultas de la unificación de dos pueblos: Villar de Roncesvalles y Villagrá.
Se trata de un pueblo dedicado de lleno a la agricultura y que sin duda conoció tiempos mejores, como indica la evolución de su población: su mayor poblamiento, 982 habitantes, se dio en la década 1930-1940. Desde entonces fue descendiendo sin pausa hasta alcanzar los 279 que tiene hoy. (Fuente: INE)
No cabe duda de que una de las causas de esta decadencia se encuentra en la sublevación militar de 1936 con su consiguiente represión sobre los jornaleros, y de la posterior guerra civil con todos sus efectos: movilización de los hombres, mortalidad, encarcelamientos y exilio.
Hoy La Unión tiene un alcalde socialista que rige el municipio desde el ayuntamiento situado en la plaza José Antonio, una contradicción y una paradoja inexplicables.
Porque esta localidad fue golpeada sin misericordia por la represión franquista, siendo José Antonio, fundador de la Falange, uno de los símbolos de esta violencia ejercida sobre todo contra los socialistas de La Unión; porque los símbolos franquistas fueron prohibidos por ley en diciembre de 2007 y porque en los mismos locales de ese ayuntamiento se desarrollaron los hechos más sangrientos y crueles de esas acciones criminales sobre algunos vecinos de la localidad, algunos de ellos el mismo alcalde constitucional y varios de sus concejales.
Once vecinos del pueblo fueron asesinados, mientras otros eran detenidos y encarcelados sin causa que lo justificara. Las familias de todos ellos tuvieron que intentar sobrevivir en las peores condiciones, sin que se llegara a hacer justicia y ni siquiera se reconociera, y los cuerpos de sus padres, hijos o hermanos todavía no se han recuperado.
Los hechos
En julio de 1936, La Unión de Campos tenía un alcalde socialista llamado Benildo Rubio Villarroel; existía una agrupación socialista, cuyo presidente era David Alonso Cantarino, y una Casa del Pueblo, o Centro Obrero en la plaza Mayor (hoy José Antonio), que contaba con salones y bar, y que fue incautado y ocupado con todo su contenido por los falangistas del pueblo. El edificio, el local del Centro y el equipamiento pertenecían a Eusebio Gutiérrez, uno de los asesinados. El hecho de que el propietario fuese soltero y no tuviese descendencia, ni padres o hermanos que pudieran reclamar hizo más fácil la incautación y el traspaso de todo su patrimonio.
En la tarde del 29 de julio llegó al pueblo un camión con varios hombres armados que entraron en el ayuntamiento. Poco después comenzaron las citaciones y las detenciones, llevadas a cabo por derechistas del pueblo, armados y acompañados por algunos de los recién llegados, que fueron por las casas deteniendo a varias personas y conduciéndolas al ayuntamiento.
Algunos de los detenidos estaban en su casa y fueron voluntariamente; otros estaban en el campo, ya que era un día de labor y la gente estaba empezando a cosechar. Alguno, como fue el caso de Agustín Cuñado, se encontró a esta gente esperándole en su propia casa, y no le dejaron lavarse ni cambiar su calzado.
Dirigiendo el grupo de forasteros venía alguien bien conocido en el pueblo: Emigdio del Fraile Carrillo, un joven estudiante que había sido presidente del Partido Radical Socialista, dando mítines tanto en La Unión como en otros muchos pueblos de la zona, ganándose a los jóvenes para las ideas del socialismo y afiliándolos. Este hombre, natural y vecino de Villalón de Campos, había comido y dormido muchas veces en las casas de los que ahora estaba deteniendo y después iba a matar.
Los detenidos fueron once. Uno de ellos era el hijo del boticario del pueblo, que se presentó en el ayuntamiento y logró que lo soltaran, aunque fue nuevamente detenido a la mañana siguiente y desapareció con todo el grupo. Se llamaba Luis Sangrador.
Al amanecer del día 30, varios familiares de los detenidos intentaron acceder al ayuntamiento. Llevaban ropa y alimentos para los suyos. En las escaleras de entrada se encontraron con un hombre tuerto, con un parche en un ojo; llevaba alzacuellos, por lo que lo identificaron como cura, y una pistola en la mano. Este hombre obligó a los familiares a retirarse amenazándolos. La gente se quedó por los alrededores a la espera.
Hacia las once de la mañana, tras llevar detenido a Luis Sangrador, que había pasado la noche en libertad, los derechistas fueron sacando a los detenidos y los subieron al camión aparcado en la plaza. El camión marchó por la carretera de Becilla.
Después se enterarían de que los llevaron hasta los Torozos y los mataron allí.
Las víctimas figuraban en una lista. No se sabe quién fue el autor de la misma, pero en ella figuraban personas de relevancia en la vida de La Unión, vecinos conocidos por ser concejales, pertenecientes a partidos y sindicatos o a la Casa del Pueblo de la localidad. La lista la confeccionó alguien que conocía bien el pueblo y a sus habitantes.
De hecho, alguien informó a Miguel Castañeda de que su nombre figuraba en la lista, así como el de Agustín Cuñado. Castañeda se tomó en serio el aviso y fue a decírselo a Cuñado, de quien era amigo, proponiéndole la fuga. Cuñado no le dio a la información la importancia que tenía y se quedó, siendo poco después detenido, torturado y asesinado. Su cuerpo, igual que el de las otras diez víctimas, jamás se encontró. Castañeda, por su parte, logró escapar de los asesinos.
Lista de las once víctimas del 30 de julio del 36
Agustín Cuñado García, nacido en La Unión el 28 agosto de 1890, hijo de Rafael y Josefa, casado, padre de cinco hijos, entre ellos Félix, amigo y compañero de Emigdio del Fraile, autor de las detenciones. Concejal.
Silvino Fernández Pérez, natural de La Unión de Campos, hijo de Melitón y Mercedes, soltero, socialista. Vivía con su madre, que enfermó de los nervios y fue acosada por los golpistas. Su hermano fue detenido y condenado a 30 años.
Julio Cantarino Alonso: era un chico muy joven, posiblemente menor. En realidad iban a por otro que se llamaba igual y era concejal, pero no le encontraron y se llevaron a éste.
Desiderio Cañas
Luis Sangrador de Santiago, La Unión, 1908, soltero, aparejador, hijo del farmacéutico del pueblo, Donato Sangrador. Fue detenido con los demás, pero a resultas de las presiones de su padre lo soltaron. Esa noche la pasó en su domicilio, pero lo volvieron a detener a la madrugada y desapareció con los demás.
Juan García, con cinco hijos. Su mujer, Florencia, embarazada, tuvo un sexto hijo póstumo. Esta familia quedó en la indigencia más total. Los vecinos los recuerdan en andrajos, pidiendo por los caminos, y sin ninguna ayuda.
Patricio Pahíno, soltero, con una pequeña disfunción.
Feliciano Rodríguez Martínez nacido en La Unión el 2 febrero de 1898, hijo de Balbino y Jacoba, concejal, casado con Catalina Medina Cuñado, sin hijos; tenía dinero, vivía bien y ayudaba a la gente con lo que tenía. Una persona, según los testimonios, excepcional.
Eusebio Gutiérrez Pastrana, natural de Gordoncillo, León, 21 febrero 1890, hijo de Germán y Martina. Tenía un bar que los informantes identifican con el Centro Obrero o Casa del Pueblo, situado en un edificio de la plaza Mayor (hoy José Antonio). El edificio era de su propiedad; tenía el bar en los bajos y él vivía en la planta superior. Era soltero y no tenía padres ni hermanos. Tras su desaparición, los falangistas se apropiaron de todo, simplemente tirando la puerta. Después, la propiedad fue incautada y Falange se adjudicó el local situando en él su sede.
Emeterio García Cuñado (que sobrevivió a la matanza y contó lo ocurrido)
Ezequiel Rodríguez Curero, nacido en La Unión en el año 1909, soltero, obrero agrícola, concejal, socialista.
Superviviente de la saca:
Emeterio García Cuñado, menor de edad, era el número once en la saca. Aquella noche, en los calabozos del ayuntamiento, le cortaron ambas orejas. Vio cómo les partían las piernas a otros detenidos. Llegó a Torozos, pero pudo sobrevivir al fusilamiento, porque los asesinos lo dieron por muerto. Logró llegar hasta La Mudarra escondiéndose en las morenas. El médico le hizo una primera cura y le pidió que se marchara. Llegó por sus medios hasta su casa, donde estuvo un tiempo escondido, protegido por su madre y su hermana. Con el tiempo se asentó en un pueblo cercano, regresando a La Unión en muy contadas ocasiones. Fue, por tanto, testigo directo de todo lo ocurrido y lo contó a algunos familiares de las víctimas. En el año 2005 seguía vivo, pero atemorizado todavía por todo lo que le tocó vivir.
Muerto al salir de la cárcel
Lucas Fernández Fernández, nacido en Urones de Castroponce el 5 de junio de 1877; casado, con una hija de 14 años. Militante del Partido Radical Socialista (la misma formación en la que militaba Emigdio del Fraile, el que detuvo y asesinó a las víctimas de La Unión), denunciado por un vecino de Urones de Castroponce, con quien había mantenido un litigio acerca de propiedades. Cumplió pena en el Penal de San Simón (PO); enfermo, pasó a la cárcel de Dueñas, Palencia, donde su estado se agravó y fue excarcelado, muriendo de inmediato en agosto de 1940.
Detenidos
Graciano Castañeda Cuadrado, Unión de Campos 1879, casado, labrador.
Benildo Rubio Villarroel (alcalde) encausado por el TRP
Obdulio Fernández Pérez, encausado por el TRP
Donato Sangrador Doncel, Becerril de Campos (P), 1874, casado, farmacéutico. En 1937 denunció la desaparición de su hijo Luis, lo que no le llevó a ninguna parte y además fue encausado por el TRP. Según el cura, era marxista y se trataba con personalidades como el ministro José Giral.
Doroteo Alonso San José del Partido Radical Socialista; encausado por el TRP
David Alonso Cantarino (Presidente del Partido Socialista), encausado por el TRP
Ovidio García Alonso, alguacil, casado, dos hijos de 1 año y meses. Encausado TRP
Orosio Arellano
Julio Cantarino Alonso, concejal; fueron a detenerlo en la primera saca, pero por una confusión se llevaron a un chico joven que se llamaba igual (no se sabe si eran parientes)
Porfirio Fernández Pérez (hermano de Silvino, paseado), La Unión, 26 de febrero 1910, hijo de Melitón y Mercedes, soltero, albañil. Afiliado a la UGT, socialista. Condenado a 30 años.
Un hermano de Desiderio Cañas (asesinado) logró ocultarse en casa de otro de sus hermanos en Gordoncillo, pero fue detenido. Cuando salió de prisión, lo enviaron al frente, donde murió dos días después de llegar.
(TRP son las siglas del Tribunal de Responsabilidades Políticas, un organismo que los sublevados crearon fundamentalmente para financiarse. Su objetivo era imponer a las víctimas multas enormes, que al no poder ser abonadas, se cubrían con la incautación de sus bienes. Este Tribunal funcionaba mediante denuncias, singularmente de la Falange, y sus actuaciones eran retroactivas, es decir, expedientaban a personas que ya habían fallecido o desaparecido. Eso daba igual: el Tribunal pedía información acerca de los bienes, instaba a rastrear propiedades, dinero en cuentas, bienes muebles e inmuebles e incluso “caudal hereditario”, es decir, pertenencias de esposas, hijos o padres de los encausados, aunque llevaran años muertos).
Con los detenidos de esta segunda tanda se procedió igual que con los desaparecidos en la saca anterior: citándolos en el ayuntamiento y reteniéndolos en los calabozos. Los familiares estaban convencidos de que también los iban a matar. Alguien se lo refirió a un tal Pelegrín, que era de La Unión, pero vivía en Valdunquillo, donde se había casado. Él y su mujer fueron a hablar con el cura, enemigo por completo de los asesinatos y conocido por su defensa de los detenidos. Le avisaron de la nueva tanda de detenciones y le contaron lo de la presencia del cura tuerto en la primera saca.
El cura de Valdunquillo cogió una pistola y se presentó en La Unión, montando un espectáculo que todos recuerdan porque se quitó la sotana, la tiró en las escaleras del ayuntamiento y dijo a gritos: “¡El que tenga salero que pise la sotana!”
Por este procedimiento salvaron la vida los detenidos, que acabaron en la prisión de Cocheras, en Valladolid, muy maltratados pero vivos. Estuvieron mucho tiempo en la cárcel y volvieron acobardados.
Huidos
Miguel Castañeda huyó tras ser avisado por alguien cercano a los sublevados de que estaba en la lista y lo iban a matar. Sabía que en la lista figuraba también Agustín Cuñado, a quien avisó. Sufrió la guerra, el exilio en Francia y la ocupación alemana. Tras muchas peripecias acabó viviendo en Francia. Salvó la vida, pero estaba muy mal, jamás se recuperó. Volvió a España cuando la democracia se afianzó, pero no logró superar todas las tragedias que le tocó vivir y acabó por suicidarse.
Malos tratos, vejaciones, robos
Palizas en los calabozos de Villalón:
Pocos días después de la desaparición de los once detenidos, en la primera o segunda semana de agosto, Emigdio del Fraile volvió al pueblo. Venía en el camión junto con uno o dos más. Se dirigió en persona a la casa de la familia de Agustín Cuñado, al que él mismo había detenido y hecho desaparecer, preguntando por su hijo mayor, Félix, al que venía a detener. Entró en la casa como si no pasara nada y se puso a hablar con la madre, preguntándole que dónde estaba, que lo mejor era que se entregara a él. Mientras, en la calle, los falangistas que aguardaban fuera apresaron al hermano menor, Agustín, de 13 años, y lo llevaron hasta la plaza, donde tenían aparcado el camión, obligándolo a subir.
Félix, que estaba escondido en el bajo del tejado, salió y Emigdio se lo llevó. Al llegar a la plaza, le hizo subir al camión y ordenó que dejasen bajar al pequeño, que llegó corriendo a su casa: “¡Madre, madre, que les llevan en el camión…!”
Los detenidos eran catorce. Los llevaron a Villalón, donde les pegaron una gran paliza. Después los liberaron sin más.
Félix y Emigdio habían sido muy amigos. En su etapa de socialista, Emigdio comió, merendó y cenó muchas veces en casa de la familia Cuñado. Una de las hijas, niña entonces, recuerda las golosinas que le traía siempre el que después asesinó a su padre.
Acoso en el pueblo
Hubo gente que celebró los asesinatos y las detenciones. Por las noches hacían manifestaciones por las calles del pueblo cantando himnos y coplas alusivas a los desaparecidos. Durante estos desfiles iban hasta las casas de las víctimas y se dedicaban a pegar golpes en las puertas. Las familias, mujeres y niños, se atrincheraban y llegaban a refugiarse bajo las camas, porque después de los golpes empezaban a apedrear las casas, rompiendo incluso los cristales; y mientras, les injuriaban, les decían que salieran y los llamaban cobardes.
La mayor parte de los hijos de las víctimas tuvieron que dejar de acudir a la escuela porque les insultaban, les pegaban y les apedreaban sin que nadie frenara esas conductas. Pasaron muchísima hambre y todo tipo de necesidades y tuvieron que comenzar a trabajar e incluso a mendigar para poder comer.
La familia Cuñado tenía unas tierras sembradas. Tras la desaparición del padre lograron recoger la cosecha entre la madre y los chicos. Una noche aparecieron en la casa unos vecinos, diciendo que venían a cobrar una deuda que tenía el padre con ellos, cosa rotundamente falsa, y se llevaron lo que pudieron. Aquel año, entre unas cosas y otras, los dejaron sin nada, no tenían qué comer.
Florencia, la viuda de Juan García, fue la que peor lo pasó, ya que tenía seis niños (el último, póstumo). La familia entera, en andrajos, iba a pedir por las carreteras. Los testigos dicen que era horroroso verlos. Los derechistas los insultaban y los amigos no podían protegerlos y mucho menos darles algo.
Catalina Medina, la viuda de Feliciano Rodríguez, un hombre generoso que había ayudado a todo el pueblo, se quedó sola; no tenía hijos. Estaba completamente acobardada por el acoso de los vecinos. Comenzó a quedarse en casa y no volvió a salir.
Donato Sangrador era el boticario. Su hijo Luis fue uno de los asesinados. Nunca pudo conformarse con la desaparición de su hijo y en el año 1937 decidió iniciar un procedimiento para averiguar lo sucedido, ya que conocía perfectamente al que mandaba la patrulla que se los llevó, el antiguo militante del PRS Emigdio del Fraile, de Villalón. Los golpistas se dedicaron a dar informes pésimos sobre él, acusándole de marxista, etc. Por fin fue encausado por el TRP. Nunca consiguió nada.
Mercedes Pérez, madre de Silvino y Porfirio, enfermó de los nervios a raíz de lo ocurrido a sus hijos. Esta mujer sufrió el acoso continuo en su casa, objetivo preferido de los derechistas, que golpeaban la puerta, arrojaban piedras y la insultaban a ella y a sus hijos de la manera más cruel. La señora Mercedes acabó muy mal a causa de estos acosos.