Miércoles, 9 de octubre de 2024|

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Represión franquista en Santibáñez de Valcorba

El día siguiente apareció un camión repleto de falangistas. Lo dirigía Girón de Velasco en persona. Los falangistas detuvieron a muchos vecinos yendo casa por casa.

Ayuntamiento Santibáñez de Valcorba

Golpe Franquista en Santibáñez de Valcorba

Santibáñez de Valcorba es un pueblo pequeño, enclavado en una zona frondosa y bien regada que propicia el cultivo de la huerta y los majuelos. Tiene también en su término pinares, monte y abundantes tierras fértiles, por lo que sus habitantes se han dedicado siempre a las labores agrícolas.

Al llegar el verano, las tareas agrícolas ocupaban a toda la población, y todavía era necesario contratar a jornaleros que venían de fuera.

Santibáñez estaba bajo la influencia de Tudela de Duero y de Cuellar, poblaciones con las que se mantenían relaciones comerciales, sociales y también políticas. Traspinedo, situada a un paseo del pueblo, era una población hermana, como sigue siendo a fecha de hoy.

La dedicación de los vecinos a la agricultura, con la dureza de las labores agrícolas, las jornadas interminables y la dependencia prácticamente total del labrador dueño de las tierras, hizo aparecer pronto una conciencia reivindicativa que se encauzó hacia las ideas republicanas.

En las elecciones de 1931, Santibáñez también votó republicano, y eligió como alcalde a Isaac Berzosa Sanz, un hombre acomodado, de notorias ideas republicanas, que creía firmemente en los valores que ilusionaban al pueblo: la igualdad, la solidaridad y la libertad.

Isaac era persona conciliadora, pero de gran carácter y fuerte personalidad. Militaba en Izquierda Republicana, y se mantuvo en la alcaldía hasta que fue destituido por el golpe franquista del 36.

Los republicanos de Santibáñez tenían ideas diversas: había comunistas, socialistas y personas afines a los círculos anarquistas, y todos convivían unidos en el ayuntamiento, cuyo representante, como se ha dicho, militaba en Izquierda Republicana.

La República trajo al pueblo ilusiones y esperanzas, referidas sobre todo a la mejora de las condiciones laborales y al progreso de los vecinos. Pero al igual que en los demás lugares, también puso en pie de guerra a algunos sectores que temían por sus privilegios: los propietarios de las tierras y la iglesia no podían conformarse con el resultado de las elecciones y comenzaron enseguida a organizar campañas hostiles contra la nueva situación.

Como consecuencia, se hicieron frecuentes las hostilidades entre vecinos derechistas y republicanos, quienes se veían hostigados continuamente; todo era motivo de disputa: la presencia pública de la bandera republicana, que era la legal; la pérdida de poder del cura, Faustino Burgos, quien vivía como un auténtico drama los avances del laicismo en las costumbres de Santibáñez… A esto se unía la presencia de varios jóvenes falangistas, muy influenciados por la Falange de Peñafiel, que era uno de los grupos más violentos de la zona, y la presencia de los grupos de seguidores de Onésimo Redondo, que hacían prácticas militares en los pinares de la zona, en la finca “El Quiñón”, propiedad de uno de los vecinos más acaudalados del pueblo.

Estas provocaciones trascendieron del ámbito verbal, llegando al intercambio de denuncias entre unos y otros, sin que llegaran a ser algo serio.

El triunfo del Frente Popular en abril de 1936 enrareció el ambiente todavía más, y el nerviosismo se acrecentó con la llegada de rumores acerca de un posible golpe militar. Estos rumores eran esparcidos por el pueblo por los elementos derechistas, que lo utilizaban como amenaza contra los jornaleros que exigían el cumplimiento de las leyes: las jornadas de ocho horas, los salarios establecidos, el cumplimiento de las condiciones pactadas por los jurados mixtos y la contratación de los vecinos con preferencia a los forasteros (Ley de Términos Municipales).

Alarmados por estas amenazas, los vecinos pidieron al alcalde que se informara acerca de la realidad o no de aquel movimiento militar contra la República, que se les vino encima el fin de semana del 18 de julio.

El mes de julio es de los más duros en el campo, pues es el momento de la siega y de todas las labores de verano; por ese motivo, los vecinos andaban ocupados y se pasaban los días en las tierras. El alcalde tranquilizó a los vecinos con la promesa de enviar el lunes a algunas personas de su confianza a Valladolid con el fin de que se informaran en el Gobierno Civil.

Pero el domingo 19 llegaron noticias de detenciones en Tudela de Duero, y se dio por hecho el levantamiento militar. Desde el ayuntamiento se comisionó a los hombres de más confianza y responsabilidad para que formasen un grupo y vigilasen la carretera durante la noche. Pero nada ocurrió, y el lunes todos marcharon a los campos para seguir con sus tareas.

Hacia las cuatro de la tarde apareció un coche y se dirigió a la plaza. Venía ocupado por varios falangistas, que se dirigieron al bar de la plaza. Enseguida se les unió el cura y un par de propietarios. Uno de los falangistas estaba uniformado y llevaba armamento: un fusil, cosa nunca vista por los vecinos.

Enseguida llegó la noticia a los campos donde los jornaleros trabajaban, y todos se dirigieron a la plaza, a ver qué pasaba.

Los vecinos habían acorralado a un falangista armado que salía de la tienda. Inmediatamente apareció el alcalde, Isaac Berzosa, y calmó los ánimos. Obligó al falangista a meterse en el bar y ordenó al alguacil que se hiciera cargo del arma que éste llevaba y la depositara en el ayuntamiento en lugar seguro.

Resulta increíble que un solo hombre pretendiera detener a los izquierdistas del pueblo y deponer el consistorio, y ello viene a demostrar la sensación de poder que estos golpistas tenían, pues cuando sucedieron estos hechos, ya se estaban produciendo detenciones y asesinatos en las localidades vecinas: el pueblo de Traspinedo había sido asaltado y Girón en persona había detenido a varios vecinos tras tirotear el pueblo; en Tudela, la Corporación en pleno había sido conducida a Cocheras, en Valladolid, y muchos hombres andaban fugados por los montes y pinares.

El falangista detenido, José Mayol Estruel, no sufrió daño alguno.

El día siguiente apareció un camión repleto de falangistas. Lo dirigía Girón de Velasco en persona. Los falangistas detuvieron a muchos vecinos yendo casa por casa. El alcalde pudo ocultarse en el desván. Girón fue al domicilio de la familia: la hija del alcalde recuerda bien el momento en que Girón, uniformado, con correajes y un fusil en la mano conminó a la familia a que dijera dónde estaba el alcalde.

Ese día hubo muchos desmanes en Santibáñez: el grupo de falangistas, totalmente descontrolado, rompió la puerta de la tienda a culatazos y la desvalijaron. Después se dirigieron a la bodega de uno de los inductores y allí se dedicaron a comer y beber mientras otros compinches ataban las muñecas de los detenidos y los obligaban a subir a uno de los autobuses de línea que servían a la zona. Pronto se llenó con paisanos que otros falangistas traían de los pueblos vecinos.

Ya al anochecer, el autobús enfiló la carretera hacia Valladolid. Pasado Traspinedo los sublevados hablaron de matar a los detenidos, pero el conductor del autobús se negó tajantemente y todos los detenidos llegaron con vida a Valladolid. Los encerraron en Las Cocheras, donde algunos fueron paseados y otros juzgados y condenados.

Días más tarde, Isaac Berzosa fue detenido en Santibáñez, donde esperaba a que las cosas se arreglasen.

Las condenas producidas en la Causa 488/36 fueron las siguientes:

Eutiquio Parra Calvo, condenado a muerte y ejecutado.
Felipe Parra Calvo, condenado a 26 años de cárcel (morirá en el Fuerte de San Cristóbal, Pamplona)
Eugenio y Fernando Parra San José, hijos del anterior, condenados a 26 años.
Isaac Berzosa Sanz, condenado a 12 años (morirá en prisión en 1943).

El pueblo quedó destrozado, con la mayor parte de los hombres en prisión. El alcalde fue despojado de su casa y de sus tierras, y su mujer y sus tres hijas tuvieron que marcharse del pueblo y colocarse como sirvientas en Valladolid. La familia jamás volvió a reunirse.

Ese fue también el efecto producido sobre otras muchas familias, lo que iniciaría un declive económico y social del que jamás podría reponerse totalmente Santibáñez de Valcorba.

Testimonio de José Parra, testigo de los hechos. Tenía 14 años en 1936.

“El lunes, 20 de julio, toda la gente marchó a su trabajo. Íbamos con cuatro ojos: dos en las tierras y los otros dos en la carretera, vigilando por si había novedades.

Yo fui con mi padre para ayudarle a regar unas tierras de remolacha que teníamos pegando al pueblo; serían las cuatro de la tarde cuando apareció mi madre a buscarnos, porque había llegado un coche con falangistas.

Cuando llegamos a la carretera, vimos a muchísima gente reunida allí.

Parece ser que el coche de los falangistas llegó hasta la plaza; que entraron armados de todo en el bar de la plaza y allí debieron conferenciar, y les dieron las señas para que fueran a detener a los de izquierdas. Allí estaban los de derechas del pueblo, algunos riquillos, el cura don Faustino Burgos Herranz, que se dedicaba a meter cizaña entre los vecinos, faltando e insultando a los republicanos. Siempre nos dijeron que fue la dueña del bar la que les mandó a por mi tío Eutiquio, que era comunista y estaba segando con su hijo en unas eras cercanas; entonces, unos cuantos fueron a buscarlo, y los demás, a por los otros socialistas.

El que fue a por mi tío se lo encontró frente a frente: ¡Alto! ¡Manos arriba! Y mi tío Eutiquio, que era comunista, se echó sobre él con la hoz y lo desarmó al momento.

El señor Isaac, que era el alcalde, estaba en la plaza. Llamó a mi padre y como alguacil le dijo que se hiciera cargo de la pistola y el fusil del falangista, al que metieron en el bar, y encima le pusieron un café para que se le pasara el susto.

Al poco tiempo apareció un camión lleno de gente armada, y el propio falangista les hizo señas para que continuaran, salvando al pueblo de una catástrofe.

El día siguiente fuimos de mañana a arrancar; una cuadrilla de 14 chicos, que estábamos para mi tío, que era falangista. O sea, que las cosas estaban ya normales, eso es lo que nos creímos.
De repente empezó un tiroteo. Tiraban desde la carretera, y nosotros nos tiramos al suelo. Eran las falangistas que venían otra vez, pero a tiro limpio. Era un grupo de más de 40 hombres armados, y a la cabeza venía Girón, a quien conocíamos bien. Los segadores escaparon como pudieron campo través, a esconderse.

Resulta que la noche anterior Girón y los suyos habían ido a Traspinedo disparando a las casas. Más adelante, un primo mío nos enseñó su casa, llena de tiros. Había un niño en la cuna y toda la pared estaba tiroteada. El niño se salvó de milagro, pero mataron a un señor de derechas en plena calle.

Los falangistas empezaron a detener a todo el que pudieron. Iban casa por casa, haciendo lo que el otro no había podido hacer el día anterior. Después pararon el autobús de línea y los hicieron subir a todos.
Con los detenidos atados dentro del autobús, los falangistas fueron a almorzar. En la plaza había una tienda, que estaba cerrada por los jaleos, se conoce que los dueños, al sentir los tiros, hicieron como toda la gente: meterse en casa y cerrar las ventanas.
Los falangistas rompieron la puerta de la tienda a culatazos y la desmantelaron en un momento. Cogieron todo lo que pudieron y marcharon a comérselo a la bodega de mi tío el falangista. Mientras todos se hartaban de comer y beber, mi primo y mi tío estaban cerrados dentro del autocar, con las manos atadas; y nosotros, sin atrevernos ni a respirar, porque la guardia nos amenazaba con los fusiles.

Girón era un hombrachón muy grande. Iba casi siempre con los Salcedo, particularmente con Jesús. Iban con una pistola en cada mano. Jesús Salcedo iba con Onésimo Redondo cuando lo mataron. Los padres de Onésimo siempre creyeron que lo habían matado los compañeros para quitárselo de encima.

Mi tío el falangista no sacó la cara por nosotros.

El autobús acabó lleno, porque mandaron subir a gente de Traspinedo, y de otros pueblos de la zona. Luego nos contaron que a mitad camino hacia Valladolid, los falangistas lo hicieron parar y que quisieron fusilarles allí mismo, en la carretera. El conductor no lo consintió, y tuvieron una disputa muy grande, pero llegaron vivos a Valladolid.

Para remate, el día 28 de julio apareció la guardia civil y detuvo a Fernando y Felipe Parra; después destituyeron al alcalde don Isaac, pusieron en su lugar a Fructuoso Suárez y se llevaron detenidos a los tres, ingresándolos en la Cárcel Nueva.

El día 13 de septiembre fue el juicio oral. Salió una pena de muerte para mi tío Eutiquio, tres de 30 años, o sea, perpetua, para Felipe, Eugenio y Fernando Parra, y al señor Isaac, que era viejo y nunca fue lo que se dice socialista, 12 años.

El señor Isaac se quedó en la cárcel de Valladolid, porque estaba delicado, y con el disgusto acabó muriéndose en la cárcel.

Los otros marcharon al Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona; se conoce que no encontraron un sitio más lejos y peor, a ver si acababan con ellos. Pero en 1938 hubo una fuga, que fue muy nombrada, y se escaparon casi todos los presos. Allí había muchísimos de Valladolid. En la fuga mataron a muchos. Marcharon monte a través, sin calzado, sin comida y sin nada, así que les fueron cazando como quien caza conejos.

Mi padre murió allí. No puedo hablar de él, porque me emociono demasiado. Todo lo que pasó está en el libro de La Fuga de San Cristóbal, que ya se lo conté a Félix Sierra, el que lo escribió, y le di fotos y todo lo que tenía.

El alcalde nuevo, Fructuoso Suárez, era un labrador que había tenido muchos enfrentamientos con la gente del pueblo, por las huelgas, porque no cumplía con las leyes y quería abusar a toda costa. Ya cuando se vio de alcalde, se puso a denunciar ante la falange a todos los que no estaban detenidos. Ahora le tocó a mi padre. Le acusó de haber desarmado al falangista.

Dejaron el pueblo desarmado, con el verano a medio hacer y sin cobrar, los chicos pequeños tuvimos que ponernos a las tierras. Había chicos de 8 y 10 años que hacían jornadas de hombre. Teníamos que comer, y los hombres estaban todos en la cárcel. Las mujeres intentaron sacar la casa adelante, pero había poca cosa que hacer en un pueblo pequeño, o se tiraba uno a robar o a pedir por las carreteras.

Teníamos mucho trato con los de Traspinedo. Allí aún les fue peor, porque mataron al alcalde, al teniente de alcalde y a una señora (al que iban a matar era a su marido, el señor Julián); mataron también a un chico que se llamaba Gerardo, que estaba moliendo en Santibáñez y había tenido una pelea con gente del pueblo”.

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