Los hijos
La represión contra las mujeres ocasionó directamente la pérdida de muchos niños, por muerte natural debida a falta de cuidados y alimentos; por muerte de la madre, o por los malos tratos que ésta recibió, en el caso de muchos lactantes.
En Urueña, unas “señoritas falangistas” de la localidad sacaron de la cama a una mujer que había dado a luz hacía apenas dos semanas a mellizos. Ella fue asesinada, y ambos niños murieron. Muchos son los casos en que los lactantes, hijos de madres maltratadas, murieron de forma súbita.
En otras ocasiones, los niños fueron ingresados en el Hospicio Provincial, donde algunos desaparecieron (dijeron a los familiares que habían muerto, pero los fallecimientos no constan en el Registro Civil, ni en el del cementerio, y alguno de esos niños apareció más tarde en otras localidades, donde estaban con familias que no eran la suya); otros murieron, y otros muchos tuvieron que vivir allí toda su infancia y adolescencia, viéndose privados de su vida anterior, de su familia, del cariño y amparo de sus padres y de las posibilidades de desarrollo y formación que tenían antes del golpe de estado.
Acabada le guerra, hubo un importante movimiento migratorio por parte de las mujeres, que marcharon hacia tierras menos inhóspitas para ellas buscando lugares donde no las conocieran, y por tanto no las señalaran; intentando olvidar la cara de los asesinos de sus familiares, con los que tuvieron que convivir obligatoriamente durante los primeros tiempos.
Los hijos de estas mujeres sufrieron desprecios, insultos y agresiones en sus pueblos de origen, y una gran mayoría dejó de asistir a la escuela, bien por esa causa, o por tener que acompañar a sus madres a realizar trabajos (espigadores, acarreadores de agua, machacadores de piedra, mendigos…); este castigo impuesto a sus hijos acabó de destrozar la vida de muchas madres de nuestra provincia.
Las mujeres que por edad, o por falta de posibilidades no pudieron alejarse de sus pueblos, tuvieron que vivir en silencio hasta su muerte. Muchas sabían el lugar donde se hallaban los cuerpos de sus padres, maridos, hermanos, hijos; pero no podían ni acercarse, ni hablar de ello, ni señalar el lugar. Ese ha sido el motivo principal de la pérdida de las fosas: la muerte de las mujeres de la familia, que hacían todo lo posible para saber lo que había ocurrido con los suyos y dónde habían ocurrido los hechos.
Hay casos de valentía extraordinaria: la mujer de Villanueva que una noche se dirige a pie hasta el vecino pueblo de Villardefrades para decirle a una vecina de este pueblo que su marido, desaparecido semanas antes, estaba enterrado junto con los dos hijos de ella en tierras de Urueña; o la esposa de un asesinado de Villabáñez, que custodió en su memoria el lugar donde estaba enterrado su marido, exhumándolo por su cuenta en 1972…
Todo lo anterior nos hace concluir que, efectivamente, la represión franquista hacia la mujer fue cualitativamente diferente, pero cuantitativamente fue igual o superior, ya que los verdugos utilizaron a los hijos para martirizarlas hasta el límite; como se ha visto, la persecución duró años; a veces, hasta su muerte; a veces, incluso, más allá de su muerte, por medio de la calumnia y la tergiversación de los hechos, haciendo caer sobre ellas acusaciones que llegaron a alcanzar a sus nietos.