Las Cocheras de Tranvías
El número de detenciones tras el 18 de julio del 1936 aumentaba sin parar. Ocupadas en su totalidad las dos cárceles, Nueva y Vieja, los golpistas tuvieron que buscar otros lugares para el confinamiento de los prisioneros.
En un principio, los sublevados pensaron recluir a los detenidos en la Plaza de Toros de Valladolid, pues reunía muchas condiciones que les interesaban: era amplia, tenía habitaciones para establecer oficinas y puestos de vigilancia y además era muy fácil de controlar, pues las puertas de entrada y salida se podían custodiar muy bien tanto por fuera como por dentro.
El problema era la lejanía de la plaza respecto a los demás centros. En aquellos momentos, la plaza de toros estaba situada en las afueras, y eso complicaba los traslados de los presos y aumentaba la inseguridad de los golpistas. Tenían que pensar en otros locales.
El lugar que se les ocurrió fueron las Cocheras de Tranvías, dos naves con un patio interior en el centro, situadas en las cercanías del Arco de Ladrillo. Allí se encerraban los tranvías y estaban los talleres de reparación.
Estos edificios, donde se guardaban y se reparaban los tranvías vallisoletanos, estaban relativamente céntricos, pero a una distancia discreta, la suficiente como para que los golpistas pudieran hacer y deshacer sin llamar demasiado la atención de la población vallisoletana.
Los edificios de los tranvías estaban situados en el Paseo de los Filipinos, y ocupaban una manzana completa. Existían unas oficinas en la fachada de acceso; se trataba de un edificio pequeño, de ladrillo rojo y ventanas enrejadas. Era perfecto para utilizarlo como oficina del nuevo presidio que iban a montar.
Este edificio, por donde entraron los detenidos y al que tenían que dirigirse los familiares para saber de sus padres, hijos o hermanos, para llevarles ropa o comida, y donde les anunciaban su desaparición, existe todavía y se conserva tal y como era antaño.
Es propiedad del Ejército, que lo utiliza como casino y lugar de reunión. Parece increíble que un lugar como éste, donde muchos demócratas vallisoletanos sufrieron incluso la muerte, esté hoy destinado a lugar de esparcimiento y diversión de los militares y sus familias, en lugar de conservarse respetuosamente como recordatorio de todos los que allí padecieron angustia y dolor.
Al fondo, tras las oficinas, se encontraban las naves propiamente dichas. Las que fueron ocupadas eran dos; una, bastante grande, llegó a acoger, según testimonio de personas que estuvieron allí detenidas, a unas tres mil personas. La otra nave, de tamaño más reducido, albergaba a unas 1.500 o 1.600.
En el centro de ambas existía un patio en el que únicamente había un caño de agua. Se trataba de un recinto rodeado de tapias altas, con piso de tierra apisonada; un lugar para estacionar tranvías. Este patio puede verse perfectamente hoy en día, y conserva restos de las paredes de ladrillo originales.
Las naves fueron ocupadas por miles de prisioneros. Colocados por orden alfabético, el recinto era más un campo de concentración que una prisión, pues en aquellos espacios únicos, con ventanas altísimas, sin agua, ni servicios de ningún tipo, los detenidos se hacinaban, reunidos por su lugar de procedencia.
Por las noches, se echaban en el suelo petates, ropas y los más favorecidos, colchones llevados allí por los familiares, aunque eran muy pocos los que disponían de este lujo. La mayor parte de los detenidos tenía ropas de quita y pon. Hasta la llegada de los primeros fríos, la guardaban en forma de paquete. Cuando llegó el duro otoño de 1936, llevaban toda la ropa de que disponían encima.
En la nave grande existía un foso para reparar los tranvías, y un vagón ocupaba el centro del espacio. En este vagón encerraban los carceleros a los presos especiales. Un hombre joven estuvo cuatro o cinco días encerrado en él, sin poder comunicarse con los demás presos a causa de la intensa vigilancia. No se sabe quien era. Un día lo sacaron y no se le volvió a ver.
En el foso se dormía más caliente que en el suelo; y con la llegada de los fríos vallisoletanos, era vital resguardarse en lo posible. Así, los más emprendedores comenzaron a levantar un refugio a base de cartones, trapos y restos de latas del rancho (latas de sardinas que compartían dos presos). Allí se cobijaban algunos detenidos, que bautizaron el invento como “Valdelatas”.
El trasiego de detenidos durante los primeros meses era constante, pues ingresaban detenidos a diario, y también salían: alguno en libertad; pero la mayoría desaparecían en las sacas nocturnas.
¿Cuántos detenidos llegaron a pasar por las tristes Cocheras? Es casi imposible saberlo, pero fueron miles. La fama de las Cocheras se extiende por toda la provincia, pues es raro el pueblo que no tuvo a sus detenidos en aquel recinto. Pero además, los horrores que allí se vivieron han hecho de las Cocheras de Tranvías de Valladolid un símbolo de la represión desatada en 1936.