Jueves, 28 de marzo de 2024|

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Represión franquista en Villabáñez

Ya en 1931 había en Villabáñez tensión social. Se generaba en torno a los montes comunales y su gestión; la creación de una Asociación Católica de Obreros por parte del cura, Lorenzo Pérez González, con el fin de hacerse con el control de los jornaleros; la influencia de los socialistas, bastante fuertes en la localidad, y que acabaron por apoderarse del sindicato, convirtiéndolo en una Sociedad de Socorros Mutuos y la rivalidad existente entre los dos casinos del pueblo, el de los jornaleros y el de “los ricos”.

Villabáñez

En el pueblo había una Casa del Pueblo muy activa, que realizaba bastantes actividades culturales; existía también un núcleo de Juventudes Socialistas, al que pertenecían muchos chicos y chicas de la localidad, y que se dedicaba sobre todo a organizar actividades culturales.

En el año 1934, con motivo de la huelga de octubre hubo cierta agitación, que se saldó con algunos detenidos; entre ellos, Faustino Delgado Rodríguez, de 24 años, obrero agrícola, quien fue juzgado y cumplió casi un año de cárcel.

En las elecciones de 1936, las fuerzas de izquierda realizaron una intensa campaña de recogida de votos para el Frente Popular. Al salir éste ganador, el cura redobló los esfuerzos para enfrentar a los vecinos de diferentes ideas, de manera que se produjeron varios altercados.

En uno de ellos, Demetrio Raso llegó a encañonar al cura con la escopeta.

A pesar del mal ambiente, el alcalde Cipriano Hernando no prohibió la procesión del Corpus. Una vecina, Elvira Recio, tenía una bandera republicana en su casa, y la colgó de la ventana. Este hecho desencadenó una serie de represalias en julio del 36.

El día 18 de julio de 1936 llegaron al pueblo las noticias del golpe de estado. El maestro, Crescenciano Sánchez García, tenía un aparato de radio, que puso en la ventana con el máximo volumen para que todos los vecinos lo oyeran. Tras deliberar, un grupo de hombres decidieron montar guardia en la Barga, pues pensaban que los golpistas intentarían acercarse al pueblo por allí. Estuvieron toda la noche por la zona, armados con escopetas, y por la mañana, al comprobar que no ocurría nada, regresaron a sus casas. Era un grupo numeroso, de entre 40-50 personas.

El domingo 19 de julio aparecieron dos camiones llenos de paisanos armados que comenzaron a detener a los vecinos, llevándolos al Ayuntamiento. Cuando los vieron llegar, Demetrio Raso se subió al tejado con la escopeta, dispuesto a resistir; pero sus compañeros le obligaron a retirarse, cosa que hicieron prácticamente por la fuerza. Pensaban que, de ser detenidos, era mucho mejor no ofrecer resistencia, pues nada habían hecho. El saberse inocentes fue lo que les disuadió de ofrecer una resistencia más o menos armada.

En esta primera detención masiva, fueron encarcelados muchos vecinos. Los de los camiones tenían listas de nombres. Todos los vecinos izquierdistas fueron confinados en los calabozos municipales. La represión comenzó de inmediato. Ninguno de los detenidos ni de sus familiares creían que las cosas iban a tomar el cariz que luego tomaron. Pensaban que, todo lo más, iba a ocurrir lo mismo que en el 34: detenciones, juicios, alguna condena y poco más. Fue la conciencia de su inocencia y el desconocimiento de las instrucciones de los golpistas lo que les perdió.

Se sucedieron los malos tratos en el ayuntamiento. Los familiares oían gritar a los detenidos día y noche. Llegaron guardias civiles del puesto de Tudela de Duero, encabezados por el famoso Cabo Ferreras, y organizaron la tortura y los asesinatos. Les secundaban jóvenes falangistas de la zona: de Tudela, como Andrés “El Barbas”; de Olmos de Esgueva, como Jesús Vaca, del propio Villabáñez, como Julio Peña, además de otros muchos desconocidos.

Además, una serie de vecinos del pueblo, en general los más ignorantes, que nunca antes se habían interesado por cuestiones políticas o sociales, se apresuraron a vestir la camisa azul y a intervenir en aquel caos. Se ha transmitido la imagen de algunos de ellos, que eran prácticamente todos pastores, dedicados a amenazar y a reducir a los vecinos. Algunos, como fue el caso de un tal Prudenciano, se dedicaban a robar descaradamente a los vecinos en situaciones más delicadas, acallando sus protestas con la amenaza de “ir a sacarles de su casa por la noche”.

Demetrio Raso, Patricio Hernández y Ladislao Martín determinaron fugarse del calabozo municipal, lo que lograron por el despiste de los guardias, y se dirigieron hacia los montes con el fin de esconderse. Los falangistas salieron tras ellos con caballos y perros. Antes de salir, en el recinto del ayuntamiento varios vecinos ofrecieron una recompensa a quien “cazase el conejo grande”, refiriéndose a Patricio Hernández, Teniente de alcalde constitucional.

Al verse perseguidos, los huídos se separaron. Patricio fue abatido en La Barga y enterrado allí mismo. Demetrio fue herido en la espalda por un disparo de postas que le hizo Julio Peña, falangista de 18 años, vecino suyo, quien siempre se ufanó del hecho; pero logró huir y llegó a pie hasta las proximidades de Pesquera, donde se entregó. Más tarde fue asesinado. Ladislao llegó hasta Valladolid, donde se entregó, y salvó la vida, aunque fue bárbaramente apaleado.

Mariano García “Revuelta” fue conducido por un grupo de falangistas hacia los montes del pueblo. Allí lo despeñaron por las laderas, a la vez que lo tiroteaban. Le salvó el Jefe de Falange de Villavaquerín llamado Julio Pelayo Toribio, para quien trabajaba de pastor; lo avisaron y se presentó en el lugar, obligándolos a detenerse con la pistola en la mano.

Se produjeron también malos tratos a varias mujeres: amenazas, como a la mujer de Demetrio Raso, a quien las circunstancias angustiaron enormemente. Estaba amamantando a su hija menor, una niña de meses llamada Clementina, quien murió tras mamar; simulacros de paseo, como le ocurrió a Elvira Recio, a quien hicieron subir a un camión, haciéndola creer que la iban a matar. Después la hicieron bajar. Estaba muy alterada y se le cortó la leche con que amamantaba a dos mellizos de meses, Severiano y Severiana, quienes murieron a continuación; a otra vecina llamada Cipriana la maltrataron cuando iba a la fuente y se lamentó a causa de los gritos que salían del Ayuntamiento; la obligaron a ponerse con el brazo en alto al lado de la fuente hasta que no podía más, y entonces la pegaban. Estuvo así hasta desmayarse.

Peor suerte tuvo otra vecina, que resultó asesinada. Se llamaba Consuelo Ríos; tenía un hijo de unos diez o doce años, llamado Salvador Ríos. Consuelo llegó al pueblo con una cuadrilla de trabajadores que venían para hacer la fuente. Aquí se emparejó con un vecino del pueblo y se quedó a vivir en Villabáñez junto con su hijo. Consuelo Ríos fue violada y asesinada en una zona de pinares próxima a Tordesillas.

Una mañana sacaron del ayuntamiento a un grupo de hombres y los obligaron a subir a un camión. Eran:
-  Aureliano Díez Coca

-  Enrique Coca, su primo

-  Alfredo Cuesta

-  Martín Cuesta, su hermano

-  Epifanio Gregorio

-  Mariano Hernández, de 18 años, hijo de Patricio

-  Fernando Ortega “El Florido”

-  Honorio del Val

-  Emiliano Gregorio

Los que los llevaron eran paisanos armados con fusiles. Algunos llevaban un casco de tipo militar. Entre ellos estaba Jesús Vaca. Les ataron las manos con cordeles. Al llegar a Tudela de Duero hicieron bajar a los cinco primeros, quienes fueron conducidos a las Cocheras de Valladolid donde recibieron grandes palizas. Uno de ellos, Epifanio Gregorio, fue fusilado más adelante en Mérida, en el asunto del complot de Cocheras.

El camión continuó su viaje, y tras pasar la intersección que lleva a Pedrajas, se detuvo en la carretera de las Maricas. Allí los hicieron bajar e internarse en el pinar. Vieron que los iban a matar. Honorio del Val iba llorando a voces, pidiendo clemencia en nombre de sus cinco hijos pequeños. Al atravesar el arcén, el más joven, Mariano, increpó a los asesinos, diciéndoles que si no les daba vergüenza matar así a un padre de familia. El asesino que estaba más cerca de él le dijo “que escape quien pueda”. Y Mariano se echó a correr mientras mordía las ataduras. Era muy joven y tenía mucho miedo. Oía los tiros tras el, pero no le dieron. Encontró el río, tropezó y cayó al agua.

Sobrevivió y lo ha contado todo. Sus compañeros fueron asesinados y enterrados en el mismo lugar.

Uno de los detenidos, Felicísimo Cuesta, murió en las Cocheras. Ladislao “Pintica” recibió palizas extremas y fue condenado a 30 años de cárcel, como Faustino Delgado y Timoteo Villamañán. Además, fueron encausados por el Tribunal de Responsabilidades Políticas con el fin de quitarles sus bienes.

El médico del pueblo, llamado Martiniano, hombre bueno y liberal, se libró de la muerte a cambio de faenar gratuitamente para la familia de Ricardo Sanz, joven falangista fallecido en un bombardeo en las cercanías de la Academia de Caballería de Valladolid, a donde iba en busca de directrices.

Crescenciano Sánchez, el maestro, fue movilizado, pero hasta entonces le hicieron la vida imposible. Lo citaban día sí, día no a declarar al ayuntamiento, y lo acosaban por todos los lados.

El resultado ha sido un pueblo traumatizado y acobardado, y los hijos de las víctimas crecieron entre el silencio y el temor.

Algunas de las víctimas jamás aparecieron, pero en los años 70, la familia de Demetrio Raso, que había señalado el lugar de la fosa, lo desenterró y lo llevó al cementerio de Villabáñez sin ayuda de nadie.

Mariano Hernández vive todavía, y recibió con emoción un caluroso homenaje que el pueblo le ofreció como símbolo vivo del sufrimiento que padecieron todas las víctimas.

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